Llegó al despacho aturdida. Llena de rabia. Sorprendida porque con quien había vivido más  20 años se había ido de noche, sin avisar, de puntillas y sobre todo y lo más doloroso,  sin despedirse de sus hijos.

Sus documentos indicaban que no tenía nada y no lo entendía porque ella llevaba más de 20 años dedicada exclusivamente a la casa, a sus hijos, a su marido pero los negocios se lo llevaron todo.

Había un terreno heredado por su marido, el  fugitivo,  sobre el que construyeron su sueño. La casa. Su hogar durante un tiempo antes de ser un infierno. Pero ¡oh , sorpresa! Tampoco en el registro era suya.

Una casa preciosa, de diseño. Grande, amplia, con luz. Llena de rincones “al gusto”.  Una casa en la que crecieron sus hijos con alegría hasta que comenzó el silencio. Una casa que no podía mantener.

La ruptura fue silencio. Los gritos duraron poco. Mucho silencio.

Esperó por sus hijos y fueron sus hijos los que le dijeron BASTA.

Y sin nada, abrió las puertas y comenzó a luchar con todas las ganas.

Los niños, cuando se marchó su padre se quedaron muy aturdidos porque no entendían nada. Cosas de adultos que quedan lejos de su entendimiento pero pasó el tiempo, han crecido y siguen sin respuestas. No las hay.

Hubo ruido de abogados y al final llegó el final.

Un año tardamos en recomponer la economía. A él nunca lo vimos. No fue capaz de dar la cara. Todo lo tratamos con  su abogado, con quien nos entendimos bastante bien quizás porque le hicimos comprender  desde el comienzo la desazón de esa familia.

Además del divorcio conseguimos que se le adjudicara la casa, la hermosa casa y hace unos días nos ha llamado para decirnos  que por fin la ha vendido. Y ahora es libre.

Estas son las cosas que reconfortan de nuestro trabajo. Ver como nuestros clientes rehacen sus vidas y nuestras soluciones les ayudan a ser más felices.

El ruido de la rutina ha llenado el silencio que invadió sus vidas y todo ha comenzado de nuevo. ¡Buena suerte!.

“Lo peor del amor cuando termina 
son las habitaciones ventiladas,
el solo de pijamas con sordina,
la adrenalina en camas separadas.
Lo malo del después son los despojos
que embalsaman los pájaros del sueño,
los móviles que insultan con los ojos,
el sístole sin diástole ni dueño.” J. Sabina

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